En el breve destello de nuestra existencia, cada instante se presenta como una efímera joya, única y pasajera. La fugacidad de la vida resalta la necesidad de abrazar la temporalidad de cada experiencia, recordÔndonos que el tiempo es un recurso limitado y precioso.
En esta efemĆ©rides personal, surge la afirmación de que "solo el conocimiento vale". Este enunciado invita a explorar las profundidades del entendimiento, a sumergirse en las aguas del saber. El conocimiento, como tesoro intangible, trasciende la fugacidad del tiempo, otorgando una dimensión duradera a nuestra efĆ­mera presencia en el cosmos. 
 
Cada adquisición de conocimiento es un acto de expansión mental, un tejido de conexiones neuronales que va mĆ”s allĆ” de la mera acumulación de datos. 

Es un viaje intrĆ­nseco hacia la comprensión, la sabidurĆ­a y la posibilidad de influir en el entorno que nos rodea. En este contexto, el conocimiento se convierte en la piedra angular que da forma y significado a nuestra existencia temporal. 

 AsĆ­, la reflexión se convierte en una danza entre la transitoriedad de cada momento y la perennidad del conocimiento. La experiencia se vuelve mĆ”s rica cuando se fusiona con la bĆŗsqueda constante de entendimiento, creando un entramado intrĆ­nseco que da forma a nuestra identidad efĆ­mera pero significativa.